Dejando de lado por una semana la
actualidad económica, social y política (pues empieza a abrumar y a
saturar a partes iguales), me gustaría hoy analizar, comparar,
comentar y, si es posible, obtener alguna conclusión interesante
acerca de nuestro sistema electoral.
Los objetivos que se pretendieron
alcanzar con la realización de la ley electoral fueron la
proporcionalidad y la representatividad. Proporcionalidad, en lo que
se refiere a que los diputados elegidos reflejen lo más fielmente
posible lo que los ciudadanos han votado. Y representatividad,
entendiendo por esto que elegimos a las personas que nos van a
representar por nuestra provincia (por si alguien aún no lo sabe,
excepto que lo hagamos en Madrid, no podemos votar ni por Rajoy ni
por Zapatero).
Para lograrlo se estableció un sistema
de representación proporcionalidad, dividido en circunscripciones
electorales que coinciden con las provincias (más Ceuta y Melilla).
En cada provincia, como sabemos, entran en juego un número
determinado de escaños en relación con la población de la misma.
El reparto de los escaños por partido se elabora a través de la ley
d´Hont, que no vamos a explicar en este artículo pues, a diferencia
de lo que se suele divulgar, no provoca grandes diferencias.
Lo que hace que la proporcionalidad que
se pretendía quede en realidad en saca roto es, sobre todo, la
existencia de las circunscripciones. De hecho, como podemos ver en el
siguiente cuadro, si las últimas elecciones se hubiesen elaborado
con circunscripción única el resultado para algunos partidos
hubiera sido radicalmente diferente.
Observamos que los partidos que
se favorecen principalmente son los mayoritarios , PP y PSOE, sobre
todo el primero de ellos. Esta gran diferencia entre ambos es nueva,
pues en elecciones anteriores prácticamente se beneficiaban igual
del sistema, y esto marca una nueva tendencia que los socialistas
deberán tener en cuenta. En el lado opuesto, los más desfavorecidos
son IU y UPyD. Tanto es así que, mientras a UPyD cada diputado le
“costó” 230.000 votos, el PP sólo necesitó 58.000 y Amaiur
poco más de 47.000. Por tanto, estamos hablando de un sistema
totalmente desproporcional.
|
María González, cabeza de lista del Psoe en la Región de Murcia en las elecciones generales de 2011. |
La defensa de la existencia de estas
circunscripciones se centra en el segundo objetivo del que
hablábamos, la representatividad. Se presupone que los votantes, al
elegir entre políticos que se presentan directamente por su
provincia, van a tener un mayor conocimiento de éstos. A su vez, se
dice que estos políticos conocerán mejor los problemas e
inquietudes de los ciudadanos a los que representan. Lo segundo tiene
poco sentido, pues la mayoría de políticos dejaron de estar
conectados con los problemas reales hace mucho tiempo. Y lo primero
es una quimera total, los españoles votamos un partido o un líder
político, no una lista electoral que se presenta por nuestra
provincia. Estoy seguro que pocos paisanos conocen los diputados que
han sido elegidos por Murcia en las últimas elecciones, o cuáles
eran los números uno en las listas de PP y PSOE para la Región. ¿Os suenan los nombres de María González, Pilar Barreiro o Pedro
Saura? Seguramente no, así que para qué hablar de partidos
minoritarios.
Por tanto, esto refleja la ineficacia
del sistema, que no cumple con ninguno de los objetivos que pretendía
cubrir cuando se elaboró. ¿ Es nuestro sistema electoral el peor de
entre los países occidentales? No a mi parecer, ahora veremos alguno
bastante peor. ¿ Es mejorable? Radicalmente, pero no existe voluntad
política para hacerlo. Para hacernos una idea de en qué punto nos
encontramos, he querido compararlo con los de países como Gran
Bretaña, EEUU, Francia y Alemania.
Empecemos por el sistema británico,
donde los 650 diputados son elegido por cada uno de los distritos
electorales en los que se divide el territorio. Esto se traduce en
que cada distrito, de aproximadamente 70.000 personas, elige un único
representante por mayoría simple. ¿ Lado positivo? Los políticos
de cada zona, al luchar de forma directa por el voto, deberán
conocer mucho mejor la situación de la región, dando así sentido
al objetivo de representatividad. ¿ Parte negativa? La
proporcionalidad se manda directamente a la basura, al igual que los
votos que consigan todos aquellos que no son elegidos. Es decir, si
en una región el diputado ganador ha obtenido un 25% de los votos,
el otro 75% no sirve absolutamente para nada, lo que hace que
prevalezca el “voto útil” y los partidos minoritarios se vean
totalmente desfavorecidos.
|
Hollande y Sarkozy, cadidatos a Presidente de la República Francesa. |
Un paso adelante en esta línea lo
marca el sistema electoral francés que, igual que los británicos,
opta por las circunscripciones uninominales a la hora de formar la
Asamblea Nacional. En efecto, los 577 diputados son elegidos en el
mismo número de distritos, con la particularidad de efectuarse una
segunda vuelta si ninguno obtiene mayoría absoluta. A esta segunda
vuelta sólo se presentan los candidatos que obtuvieron más del
12.5% de los votos en la primera, por lo que los votantes de partidos
minoritarios eliminados no ven su voto inutilizado totalmente. A
pesar de que corrige en parte la desproporcionalidad británica,
siguen existiendo partidos muy desfavorecidos, sobre todos aquellos
que tienen el voto fragmentado geográficamente.
Otro particularidad del sistema francés
es que elige presidente en elecciones independientes a las de la
Asamblea, de manera que se puede producir un fenómeno de
cohabitación, es decir, que el presidente pertenezca a un partido
político y la mayoría de la Asamblea a otro. Esto, que ya ha
ocurrido varias veces (como cuando la derecha fue mayoría en el
Parlamento siendo presidente el socialista Miterrand o años después,
siendo Chiraq presidente con los socialistas al frente de la
Asamblea) no ha supuesto ninguna catástrofe política. Unos y otros
antepusieron los intereses del país a los propios, lo cual habla muy
bien de la calidad del sistema político francés. Imaginad por un
momento el mismo caso en España. Mejor ni pensarlo...
El mismo problema de cohabitación se
puede presentar en Estados Unidos, donde también son independientes
las elecciones a presidente y al Congreso. Los congresistas son
renovados cada dos años en elecciones uninominales, eligiéndose de
nuevo un único representante para cada distrito electoral. Donde
difiere bastante el sistema norteamericano del francés es en la
elección del presidente. Nuestros vecinos, hacen una primera
votación a nivel nacional, sin circunscripciones, donde se presentan
todos los candidatos. En caso de no conseguir ninguno de ellos
mayoría absoluta, se pasa a una segunda vuelta donde sólo concurren
los dos más votados en la primera.
En cambio, los yanquis eligen
presidente de manera “especial”. En cada Estado se reparten unos
“escaños” (no diputados, pues no tienen potestad legislativa,
sólo valen para elegir presidente) según población, de manera que
al candidato con más votos en cada Estado se le conceden todos los
“escaños” en juego. Es decir, aunque la diferencia entre ambos
candidatos sean de unas decenas de votos, el que obtenga mayor número
de sufragios es el vencedor absoluto en ese Estado. El mejor ejemplo
lo pudimos observar en las elecciones de 2000, donde por un puñado
de votos (irregularidades aparte) George W. Bush ganó a Al Gore en
el estado de Florida. Esto supuso que el republicano fuera nombrado
presidente de EEUU a pesar de tener menos votos en el total del país
que el demócrata. Cosas de los estadounidenses.
Finalizaré este repaso con el sistema
electoral que más me convence, el alemán. En las elecciones
germanas, los ciudadanos tienen dos votos. Uno de ellos tiene
carácter estatal, y es el que marca de manera proporcional el número
de diputados que cada partido tendrá en el Congreso. El segundo es
de carácter regional, siendo elegido un único candidato por cada
una de las 299 regiones en las que se divide electoralmente el país.
Pueden ocurrir tres casos:
Que un partido obtenga por el
segundo voto más diputados de los que le corresponden con el
reparto proporcional. En este caso, conserva todos los escaños
conseguidos, suponiendo esto un mayor número de diputados en el
Parlamento.
Que coincidan los diputados
obtenidos por ambas votaciones. Lógicamente, ese será el número
de escaños que obtenga el partido.
Que le correspondan por el
recuento proporcional más parlamentarios de los obtenidos por el segundo
voto. En este caso se añaden diputados de la lista nacional.
Los detractores de un sistema
proporcional como este aluden a la fragmentación que se produciría
en el Congreso, lo que haría harto complicado los acuerdos para la
toma de decisiones, por la existencia de gran número de partidos
minoritarios. Para evitar esto, el sistema alemán establece dos
condiciones para entrar al reparto de diputados: haber obtenido al
menos un 5% de votos a nivel nacional o ganar en un mínimo de 3
distritos electorales.
En resumen, viendo los pros y contras
que presentan los distintos sistemas electorales tampoco podemos
echarnos las manos a la cabeza. Lo que está claro es que el nuestro
es totalmente mejorable. En mi opinión, alguna fórmula parecida a
la alemana cubriría en gran medida los objetivos de proporcionalidad
y representatividad buscados. El motivo principal por el que es poco
viable una reforma de nuestro sistema es que el actual favorece
claramente a los dos principales partidos. Y un mayor número de
escaños no sólo supone más poder a la hora de tomar decisiones en
el Congreso, sino también más dinero para el partido. Quizás el
problema esté en que son los propios políticos los que toman
decisiones que les atañen a ellos mismos, como son la ley electoral,
las pensiones vitalicias, la ley de incompatibilidades o el sueldo
que perciben.
Acabo con una pregunta, ¿ no sería
más lógico que decisiones como éstas fueran tomadas por órganos
independientes o por referéndum popular?