viernes, 26 de octubre de 2012

Cuando no interesa entenderse.


Para ser sinceros, los objetivos perseguidos cuando comencé a escribir cada viernes en este blog eran, por un lado, expresar mis pensamientos de una manera clara (ya que hablando la taquilalia a veces me lo impide) y, por el otro, crear debate y polémica entres los lectores (casi todos amigos o conocidos). Aunque el primer objetivo creo haberlo cumplido, el debate y la polémica no han estado presentes en muchos de los artículos. Así que, nada mejor que tocar este viernes un tema tan sensible como la posible independencia de Cataluña para levantar, seguro, polémica (espero que también algo de debate y contraposición de idea).

Esta vez no voy a poneros en antecedentes, pues los hechos acontecidos desde el 11 de septiembre, día en el que entre 750.000 y 1.500.000 catalanes salieron a la calle para pedir la independencia (o, al menos, un mejor trato fiscal por parte del Estado), son de sobra conocidos por todos nosotros. Por tanto, sin que sirva de precedente, empezaré dando mi opinión, para intentar analizar después todas las circunstancias que rodean el tema. Intentaré ser más neutral que nunca. Primero, porque en este asunto creo serlo totalmente. Y segundo, porque pienso que el tema lo exige.

Para comenzar, decir que no soy partidario de la independencia de Cataluña. Y no lo soy, porque estoy convencido que no beneficiaría, en ninguno de los sentidos, ni a Cataluña ni a España en su conjunto. En cambio, no soy para nada contrario a que los catalanes (y todos los españoles también) expresen su opinión al respecto y que, a raíz de lo que establezcan estas consultas, se encauce el debate de una manera u otra. Pero también creo que esta consulta se debe realizar en un momento en el que la situación económica del país no afecte con tanta intensidad a las emociones personales, de manera que no se manipule el pensamiento de los ciudadanos en un tema de tanta importancia como es éste. Creo, como supongo que casi todos, que si las circunstancias económicas fueran otras no se habrían congregado más de 1.000.000 de ciudadanos en la Plaza Catalunya hace algo más de un mes.

Hasta aquí mi opinión, que poco tiene de interesante. En cambio, el análisis da mucho más de sí. Parto de una premisa principal: si bien es cierto que el sentimiento independentista ha existido en Cataluña desde hace mucho tiempo, no lo es menos que el apoyo masivo de los últimos tiempos se debe principalmente a las circunstancias económicas actuales. Por ello, no voy a analizar hoy aspectos culturales, lingüísticos o históricos que, aunque probablemente tienen gran importancia en los pensamientos independentistas de muchos catalanes, no creo que sean el motivo principal que ha movido a tanta ciudadanía. Ni siquiera lo es el desapego e incomprensión que muchos catalanes piensan que se siente hacia ellos en el resto de España (y que es totalmente minoritario).


Las quejas de Cataluña al respecto son muy sencillas. Las Comunidades se financian con impuestos propios (que ellos mismos recaudan) y con parte de impuestos cedidos (que recauda el Estado, dando una proporción de ellos a cada Región). De la recaudación estatal, como es lógico, salen las inversiones que van a parar a cada Autonomía. Pues bien, varios estudios estiman que el déficit fiscal (es decir, la diferencia negativa entre los impuestos que se pagan y los que regresan) que tiene Cataluña es de alrededor de 10.000 millones de euros al año. Esto, como es normal, no gusta nada a la sociedad catalana, mucho menos en una época en la que los recortes para sanear las arcas públicas se suceden semana tras semana.

 ¿ Cómo arreglar esto? Por el noreste se habla de concierto económico, como ya tienen País Vasco y Navarra. El Gobierno central ha optado por la postura inmovilista. Lo primero me parece algo injusto (en un Estado pienso que es lógico que las regiones con más recursos ayuden de alguna manera a las que tienen menos); la segunda me parece negar una evidencia, que es el descontento de millones de ciudadanos respecto a una situación que creen injusta. Yo creo que un punto intermedio sería lo adecuado.
¿ La independencia? La peor solución de todas, pues perjudica en gran medida a las dos partes. La pérdida para España sería clara (tanto en lo económico como en otros muchos aspectos). Y para Cataluña, a pesar de lo que se viene diciendo, ídem. Si bien es cierto que el nuevo estado obtendría más dinero proveniente de la recaudación fiscal propia, en otros muchos aspectos económicos saldría perdiendo:

-        La situación más probable en caso de independencia es que, a corto plazo, el nuevo estado quedara fuera de la Unión Europea. Por ende, fuera del euro. ¿Esto qué supone? Al menos, el establecimiento de una nueva moneda, que seguramente naciera depreciada respecto al euro y el dólar, por lo que sería mucho más caro para Cataluña pagar los gastos de la deuda, financiarse, gastos de materias primas,...

-        Siguiendo con este supuesto, al estar fuera de la zona de comercio común, la exportaciones e importaciones vendrían acompañadas de los consiguientes aranceles. Lo más probable es que esta situación se solucionara pronto, con acuerdos conjuntos o bilaterales con el resto de estados, pero conllevaría un coste adicional.

-        Eliminemos este supuesto. Aún formando parte de la Unión Europea de forma instantánea (lo cual, repito, es harto complicado, pues, además de cumplir con los “criterios de Copenhague”, debería haber una negociación con Bruselas y un acuerdo unánime de todos los países miembros) habrían otros aspectos muy negativos. Por ejemplo, los flujos con España se verían reducidos de forma drástica con toda probabilidad. Teniendo en cuenta que el comercio con el resto de España es la principal fuente de ingresos actual de Cataluña, esto supondría un grave problema para el crecimiento. Y si el PIB decrece, la recaudación fiscal también.

-        Por otro lado, no sería extraño que se produjera una importante fuga de capitales . Muchas empresas con sede en Cataluña pero funcionamiento en el resto de España se verían incitadas a desplazar su sede hacia territorio español.

-        Y no hay que olvidar que para acceder a deuda externa Cataluña (junto con varias Comunidades) está calificada dentro del llamado “bono basura”. Es decir, tendría que pagar muchos más intereses para lograr financiación.

-        Al mismo tiempo, tendría que asumir gastos que hasta el momento asume el gobierno central como serían los respectivos a Defensa, parte de Seguridad, Diplomacia,...

Estos son sólo algunos de los aspectos que me hacen pensar que, al menos a corto y medio plazo, la independencia le supondría un empobrecimiento importante a la sociedad catalana. Justo lo contrario de lo que se viene vendiendo. Por lo tanto, atendiendo al aspecto económico lo mejor para todas las partes sería conversar y negociar distintas reformas que acerquen las posiciones a los deseos de la ciudadanía.

 Lo que está claro es que entre la sociedad catalana hay un descontento general, por no decir mayoritario, con la situación actual. Negar esto o intentar quitarle legitimidad a ese pensamiento, además de ser injusto, no hace más que multiplicar el sentimiento de desafección. Y la única manera de afrontar con garantías una situación como la actual es hacerlo sin dramas, sin populismos de medio pelo a los que tan acostumbrados estamos, sin hipocresías de ningún tipo. Para ello, la responsabilidad cae irrefutablemente sobre la clase política (también los medios de comunicación juegan un papel primordial).

Y quizás aquí es donde tenemos el problema mayor. Si para solventar este “conflicto” de la mejor manera posible tenemos que confiar en la buena voluntad de nuestros políticos y en la imparcialidad y buen hacer de nuestros medios de comunicación...¡¡¡apañados vamos!!! Escuchar y leer como algunos medios de ultraderecha (La sinRazón, La Gaceta, los hachas de Intereconomía,...) pedían pena de cárcel para el presidente Mas, o comparaban sus peticiones con las de ETA; ver al ministro Wert (que casualidad que lo hiciera en pleno debate por los vergonzosos recorte en Educación) abogando por la españolización de los niños catalanes; ver al señor Duran i Lleida hablar tan hipócritamente de la vagancia de los andaluces; contemplar como CIU aprovecha el descontento y desesperación de la población para izar la bandera de la independencia (esa que nunca han llevado en sus programas) para esconder los durísimos recortes que han llevado a cabo; intentar entender a deportistas como Guardiola que renunciaron a sus principios e ideología por la fama y dinero que les suponía vestir la camisera de la selección, y ahora pretenden ser ejemplo de catalanismo; comprobar como una de las manifestaciones más importantes desde la transición (que era portada en medios internacionales como la BBC) ocupa el quinto lugar en importancia en la “nueva e imparcial” TVE; o escuchar como el señor Aznar...al señor Aznar que no lo escuche nadie, por favor.

En fin, que puede ser que aquí esté una de las claves. Quizás muchos catalanes crean que en el resto de España tenemos las mismas opiniones que esos personajillos y “medios de comunicación” de extrema derecha. Y es posible que muchos españoles de fuera de Cataluña piensen que todos los catalanes opinan lo mismo que algunas de las voces que escuchamos a menudo. Y la realidad es otra totalmente diferente, como en otros tantos temas actuales, donde sociedad y clase política van por caminos radicalmente divergentes. De cualquier manera, fuera como fuese, si dentro de un tiempo una gran mayoría de catalanes sigue pidiendo de forma pacífica el poder de decisión sobre su independencia, me temo que no habrá más remedio que otorgárselo. Aunque todos salgamos perdiendo, eso será lo más justo.

@Elfara_chico





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