Para ser sinceros, los objetivos perseguidos cuando comencé
a escribir cada viernes en este blog eran, por un lado, expresar mis
pensamientos de una manera clara (ya que hablando la taquilalia a veces me lo
impide) y, por el otro, crear debate y polémica entres los lectores (casi todos
amigos o conocidos). Aunque el primer objetivo creo haberlo cumplido, el debate
y la polémica no han estado presentes en muchos de los artículos. Así que, nada
mejor que tocar este viernes un tema tan sensible como la posible independencia
de Cataluña para levantar, seguro, polémica (espero que también algo de debate
y contraposición de idea).
Esta vez no voy a poneros en antecedentes, pues los hechos
acontecidos desde el 11 de septiembre, día en el que entre 750.000 y 1.500.000
catalanes salieron a la calle para pedir la independencia (o, al menos, un
mejor trato fiscal por parte del Estado), son de sobra conocidos por todos
nosotros. Por tanto, sin que sirva de precedente, empezaré dando mi opinión,
para intentar analizar después todas las circunstancias que rodean el tema.
Intentaré ser más neutral que nunca. Primero, porque en este asunto creo serlo
totalmente. Y segundo, porque pienso que el tema lo exige.
Para comenzar, decir que no soy partidario de la
independencia de Cataluña. Y no lo soy, porque estoy convencido que no
beneficiaría, en ninguno de los sentidos, ni a Cataluña ni a España en su
conjunto. En cambio, no soy para nada contrario a que los catalanes (y todos
los españoles también) expresen su opinión al respecto y que, a raíz de lo que
establezcan estas consultas, se encauce el debate de una manera u otra. Pero
también creo que esta consulta se debe realizar en un momento en el que la
situación económica del país no afecte con tanta intensidad a las emociones
personales, de manera que no se manipule el pensamiento de los ciudadanos en un
tema de tanta importancia como es éste. Creo, como supongo que casi todos, que
si las circunstancias económicas fueran otras no se habrían congregado más de
1.000.000 de ciudadanos en la Plaza Catalunya hace algo más de un mes.
Hasta aquí mi opinión, que poco tiene de interesante. En
cambio, el análisis da mucho más de sí. Parto de una premisa principal: si bien
es cierto que el sentimiento independentista ha existido en Cataluña desde hace
mucho tiempo, no lo es menos que el apoyo masivo de los últimos tiempos se debe
principalmente a las circunstancias económicas actuales. Por ello, no voy a
analizar hoy aspectos culturales, lingüísticos o históricos que, aunque
probablemente tienen gran importancia en los pensamientos independentistas de
muchos catalanes, no creo que sean el motivo principal que ha movido a tanta
ciudadanía. Ni siquiera lo es el desapego e incomprensión que muchos catalanes
piensan que se siente hacia ellos en el resto de España (y que es totalmente
minoritario).
Las quejas de Cataluña al respecto son muy sencillas. Las
Comunidades se financian con impuestos propios (que ellos mismos recaudan) y
con parte de impuestos cedidos (que recauda el Estado, dando una proporción de
ellos a cada Región). De la recaudación estatal, como es lógico, salen las
inversiones que van a parar a cada Autonomía. Pues bien, varios estudios
estiman que el déficit fiscal (es decir, la diferencia negativa entre los
impuestos que se pagan y los que regresan) que tiene Cataluña es de alrededor
de 10.000 millones de euros al año. Esto, como es normal, no gusta nada a la
sociedad catalana, mucho menos en una época en la que los recortes para sanear
las arcas públicas se suceden semana tras semana.
¿ Cómo arreglar
esto? Por el noreste se habla de concierto económico, como ya tienen País Vasco
y Navarra. El Gobierno central ha optado por la postura inmovilista. Lo primero
me parece algo injusto (en un Estado pienso que es lógico que las regiones con
más recursos ayuden de alguna manera a las que tienen menos); la segunda me
parece negar una evidencia, que es el descontento de millones de ciudadanos
respecto a una situación que creen injusta. Yo creo que un punto intermedio
sería lo adecuado.
¿ La independencia? La peor solución de todas, pues
perjudica en gran medida a las dos partes. La pérdida para España sería clara
(tanto en lo económico como en otros muchos aspectos). Y para Cataluña, a pesar
de lo que se viene diciendo, ídem. Si bien es cierto que el nuevo estado
obtendría más dinero proveniente de la recaudación fiscal propia, en otros
muchos aspectos económicos saldría perdiendo:
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La situación más probable en caso de independencia es
que, a corto plazo, el nuevo estado quedara fuera de la Unión Europea. Por
ende, fuera del euro. ¿Esto qué supone? Al menos, el establecimiento de una
nueva moneda, que seguramente naciera depreciada respecto al euro y el dólar,
por lo que sería mucho más caro para Cataluña pagar los gastos de la deuda,
financiarse, gastos de materias primas,...
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Siguiendo con este supuesto, al estar fuera de la zona
de comercio común, la exportaciones e importaciones vendrían acompañadas de los
consiguientes aranceles. Lo más probable es que esta situación se solucionara
pronto, con acuerdos conjuntos o bilaterales con el resto de estados, pero
conllevaría un coste adicional.
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Eliminemos este supuesto. Aún formando parte de la
Unión Europea de forma instantánea (lo cual, repito, es harto complicado, pues,
además de cumplir con los “criterios de Copenhague”, debería haber una
negociación con Bruselas y un acuerdo unánime de todos los países miembros)
habrían otros aspectos muy negativos. Por ejemplo, los flujos con España se
verían reducidos de forma drástica con toda probabilidad. Teniendo en cuenta
que el comercio con el resto de España es la principal fuente de ingresos
actual de Cataluña, esto supondría un grave problema para el crecimiento. Y si
el PIB decrece, la recaudación fiscal también.
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Por otro lado, no sería extraño que se produjera una
importante fuga de capitales . Muchas empresas con sede en Cataluña pero
funcionamiento en el resto de España se verían incitadas a desplazar su sede
hacia territorio español.
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Y no hay que olvidar que para acceder a deuda externa
Cataluña (junto con varias Comunidades) está calificada dentro del llamado
“bono basura”. Es decir, tendría que pagar muchos más intereses para lograr
financiación.
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Al mismo tiempo, tendría que asumir gastos que hasta el
momento asume el gobierno central como serían los respectivos a Defensa, parte
de Seguridad, Diplomacia,...
Estos son sólo algunos de los aspectos que me hacen pensar
que, al menos a corto y medio plazo, la independencia le supondría un
empobrecimiento importante a la sociedad catalana. Justo lo contrario de lo que
se viene vendiendo. Por lo tanto, atendiendo al aspecto económico lo mejor para
todas las partes sería conversar y negociar distintas reformas que acerquen las
posiciones a los deseos de la ciudadanía.
Lo que está claro es que entre la sociedad catalana hay un
descontento general, por no decir mayoritario, con la situación actual. Negar
esto o intentar quitarle legitimidad a ese pensamiento, además de ser injusto,
no hace más que multiplicar el sentimiento de desafección. Y la única manera de
afrontar con garantías una situación como la actual es hacerlo sin dramas, sin
populismos de medio pelo a los que tan acostumbrados estamos, sin hipocresías
de ningún tipo. Para ello, la responsabilidad cae irrefutablemente sobre la
clase política (también los medios de comunicación juegan un papel primordial).
Y quizás aquí es donde tenemos el problema mayor. Si para
solventar este “conflicto” de la mejor manera posible tenemos que confiar en la
buena voluntad de nuestros políticos y en la imparcialidad y buen hacer de
nuestros medios de comunicación...¡¡¡apañados vamos!!! Escuchar y leer como
algunos medios de ultraderecha (La sinRazón, La Gaceta, los hachas de
Intereconomía,...) pedían pena de cárcel para el presidente Mas, o comparaban
sus peticiones con las de ETA; ver al ministro Wert (que casualidad que lo
hiciera en pleno debate por los vergonzosos recorte en Educación) abogando por
la españolización de los niños catalanes; ver al señor Duran i Lleida hablar
tan hipócritamente de la vagancia de los andaluces; contemplar como CIU aprovecha el descontento y desesperación de la población para izar la bandera de la independencia (esa que nunca han llevado en sus programas) para esconder los durísimos recortes que han llevado a cabo; intentar entender a deportistas como Guardiola que renunciaron a sus principios e ideología por la fama y dinero que les suponía vestir la camisera de la selección, y ahora pretenden ser ejemplo de catalanismo; comprobar como una de las
manifestaciones más importantes desde la transición (que era portada en medios
internacionales como la BBC) ocupa el quinto lugar en importancia en la “nueva
e imparcial” TVE; o escuchar como el señor Aznar...al señor Aznar que no lo
escuche nadie, por favor.
En fin, que puede ser que aquí esté una de las claves.
Quizás muchos catalanes crean que en el resto de España tenemos las mismas
opiniones que esos personajillos y “medios de comunicación” de extrema derecha.
Y es posible que muchos españoles de fuera de Cataluña piensen que todos los
catalanes opinan lo mismo que algunas de las voces que escuchamos a menudo. Y
la realidad es otra totalmente diferente, como en otros tantos temas actuales,
donde sociedad y clase política van por caminos radicalmente divergentes. De
cualquier manera, fuera como fuese, si dentro de un tiempo una gran mayoría de
catalanes sigue pidiendo de forma pacífica el poder de decisión sobre su
independencia, me temo que no habrá más remedio que otorgárselo. Aunque todos
salgamos perdiendo, eso será lo más justo.
@Elfara_chico