viernes, 20 de enero de 2012

Luces y sombras

Por una semana dejaré de lado los temas de los que os hablaba el viernes pasado, y hoy voy a analizar la figura de uno de los políticos, para bien o para mal, más influyentes de la segunda mitad del siglo XX en España. Me refiero al recientemente fallecido Manuel Fraga Iribarne.

El título del artículo viene en relación a mi opinión previa sobre este político. Por un lado, su pasado como ministro franquista y muchas de sus decisiones y declaraciones (no analizaré aquí sus ideales) hacen que aparezcan grandes nubarrones sobre su figura. Por otro lado, su influencia durante la Transición, añadido a los halagos recibidos por políticos y periodistas progresistas, me han dado otra visión acerca de este personaje.

Si hablamos de los puntos más oscuros dentro de su biografía, no tenemos más remedio que hacer referencia a su pasado como ministro durante la dictadura franquista. Bien es cierto que fueron muchos los que trabajaron para la Administración durante la dictadura, aun sin tener ninguna relación con la instauración de la misma. Pero el hecho de ocupar un puesto tan significativo hace que muchos lo sitúen como cómplice de una dictadura donde se condenaban e, incluso, mataban personas por ideología, condición sexual,... Años y años de carencia de libertad para los españoles. Etapa histórica que el personaje que nos ocupa se ha negado a condenar. Muy al contrario, siempre ha defendido el papel que jugó durante aquellos años.

Como ya he dicho, no voy a hablar aquí de su pensamiento político y social. Yo no los comparto, pero la libertad que hoy tenemos y que no defendió durante sus años como ministro franquista le dan la oportunidad de expresarlos sin que yo deba criticarlo por ello. Por tanto, no puedo añadir estos pensamientos retrógrados y conservadores a su lista de sombras.


Para empezar a defender su figura, muchos se remontan a los años que ejerció como ministro. Le agradecen su afán por intentar flexibilizar el régimen, destacando la ley de prensa que aprobó bajo su cargo. Con esta ley, se relajaba la censura previa sobre publicaciones periodísticas, aunque de hecho no sirvió para mucho. Yo pongo muy en duda que se tenga que alabar los intentos de un político por relajar la censura, en lugar de  intentar eliminarla por completo. Bien es cierto que este afán reformista se confirma en 1969, cuando las presiones del ala más conservadora de la dictadura provocan su cese como ministro.

Más clara queda, en mi opinión, la labor que ejerció durante los años posteriores a la muerte de Franco. Consiguió canalizar la opinión de muchos de los que aún lloraban la muerte del dictador, y les hizo partícipes de las reglas de la democracia. Fundó un partido en el que sólo tenían cabida los que aceptaran estas reglas (esto aún es debatible, pero garbanzos podridos hay en todos lados) y alejó a la extrema derecha del Parlamento. Un ejemplo significativo que muestra esta tendencia es el hecho de que presentara al líder comunista, Santiago Carrillo, en el club Siglo XXI, con todo lo que eso suponía en octubre de 1977. Que este giro lo hiciera por convicción personal o por oportunismo político (podía ver que la única manera de sobrevivir políticamente era adaptándose más rápido a la nueva sociedad que el resto de líderes conservadores) poco importa ya. Está claro que fue un paso fundamental en la Transición.

Entre ambas etapas de la vida del fundador de Alianza Popular, hay un suceso que me ha hecho posicionarme definitivamente a la hora de analizar su figura.

Situémonos en marzo de 1976. En España todo sucedía a una velocidad vertiginosa, y no valían posiciones intermedias. O se defendía la democracia y la libertad con todas las fuerzas, o se añoraban tiempos pasados. En esta época Manuel Fraga ocupaba el cargo de vicepresidente del Gobierno y ministro de Gobernación (actual ministro de Interior). En Vitoria, miles de trabajadores se manifestaban y hacían huelga reclamando derechos laborales. El día 3, mientras estaban reunidos en una iglesia para realizar una asamblea sindical (los sindicatos aún estaban prohibidos entonces), la policía actuó muy duramente para reprimirlos. Tal fue la brutalidad empleada que el resultado de la misma fue de cinco manifestantes fallecidos y decenas de heridos. La transcripción de parte de la conversación de aquel día entre mandos policiales da muestra de sus intenciones:

“- ¡Muchas gracias, eh! ¡Buen servicio! - Dile a Salinas que hemos contribuido a la paliza más grande de la historia. - Aquí ha habido una masacre. Cambio. - De acuerdo, de acuerdo. - Pero de verdad una masacre.”

Y el máximo responsable de esos mandos policiales no era otro que el ministro de Gobernación, Manuel Fraga. No sólo no lamentó lo sucedido, sino que le sirvió como advertencia para futuras manifestaciones. En esos días en que todo cambiaba de manera imparable él pensó que el dictador seguía vivo y pronunció la famosa frase “la calle es mía”. Pero se equivocaba, la calle era de los millones de españoles que habían vivido con miedo tantos años, y que no estaban dispuestos a seguir haciéndolo. Para mí, poco importa su labor durante los años posteriores, pues ni siquiera pidió perdón por lo sucedido. Pudo ser reconocido como impulsor de la democracia, pero será recordado como el ministro franquista y autoritario que creyó que la calle seguía teniendo dueño.


@Elfara_chico.

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